
Una desgarradora saeta se escapa por la destartalada quijada de una maraña de piel y huesos. Un anciano de voz rota y mirada añeja, al que todos llaman loco, entona un mea culpa a modo de plegaria, que más parece un lamento que una oración.
Cada día, a la misma hora, se sienta en la acera de la calle más transitada de la ciudad sobre su raída manta verde en compañía de su amada y la acaricia con devoción mientras sus dedos se enredan con dulzura entre sus desafinados cabellos.
La gente cuenta que enloqueció de amor por una mujer de ébano y curvas sinuosas y que ese fue su mayor error: amarla demasiado.
Diciembre 2016