
Parte II
[…]
Aquello desafiaba las leyes de los hombres, como no tardaríamos mucho en averiguar.
Así que sin mss dilación nos pusimos manos a la obra y, como dicta el protocolo en estos lances, comenzamos intentando establecer la identidad de la víctima para, posteriormente, definir el perfil de su asesino; suponiendo que no hubiera sido una muerte accidental o un suicidio. Pero si bien y como he dicho antes el cuerpo y la disposición del resto de los elementos a su alrededor no denotaban signos de violencia, su excesiva y pulcra puesta en escena, unido a la esmerada caligrafía que serpenteaba por los azulejos que revestían cada una de las superficies de aquella intrincada espiral, evidenciaban una escenografía perfectamente compatible con un plan preconcebido y dejaba medianamente claro que aquello no había sido un accidente ni mucho menos un suicidio.
Nadie tiene tiempo suficiente antes de desangrarse de montar un decorado donde evadirse de la vida, ni de hacersedoce pisos por una angosta escalera retorcida llenando sus paredes de «realizados y pendientes»escritos a sangre y volver después sobre sus pasos a morir al punto de partida; no es posible, no señor. Pero si algo (más) nos enseñó esta historia es que no hay nada imposible.
Tras la primera inspección ocular y mientras una parte de mi equipo y el médico forense recogían muestras del lugar del presunto homicidio con las precauciones debidas para no adulterar las pruebas halladas, el resto reunimos a todos los vecinos en el rellano principal para interrogarlos. En un momento dado uno de ellos apuntó que faltaba un inquilino, la universitaria que vivía en el entresuelo. Según la descripción que hicieron de ella todo apuntaba, sin el menor margen de error, que la joven estudiante y la víctima eran la misma persona, solo que el cuerpo estaba notablemente envejecido; mas bien correspondería a una mujer anciana.
En esto que estaba yo ensimismada en mis cuitas cuando alguien a mi espalda me llamó por mi nombre y me sacó de mis frustrantes divagaciones. Me giré de un brinco y vi al médico forense haciéndome señas para que me acercara. Si no fuera por los aspavientos erráticos de sus extremidades superiores, dado el color níveo y ceniciento de su cara, habría jurado que el difunto era él. Justo al llegar a su lado me acuclillé junto a él y me di cuenta que algo no iba bien. Había empezado a practicarle la autopsia al cuerpo (la nueva Ley de Intervencion Post Mortem no solo permitía sino que recomendaba su realización en el lugar donde aconteciera el óbito siempre y cuando se garantizara la no alteración de las muestras y del cadáver) y me señaló con el dedo una extraña incrustación (parecía la manecilla de un reloj) alojada en su aurícula derecha que le había seccionado la aorta y que con toda certeza había sido la causa de la muerte. Pero lo más asombroso, todavía si cabe, fue que al diseccionar los dos ventrículos de su corazón la sangre comenzó a fluir de nuevo solo durante unos instantes en los que pudo observar como, por la misma, corría el tiempo.
Marzo 2022
Fascinante. Genial. Qué maestría.
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Ahora ya sí lo sabes :))
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😀
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Whaooo.
El reloj de la vida visto desde la óptica post morten.
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Siii, vaya ida de olla, no?? 😂😂😂😘
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