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No sabíamos qué estaba pasando. Si el mundo de por sí ya era un lugar caótico, este lo era todavía más. Pero con el devenir de los acontecimientos no tardé mucho en darme cuenta que estábamos muertos. Algunos me creyeron, otros no.
Toda esta vorágine de extraordinariosños acontecimientos comenzó en la casa de la cala de mis abuelos. Mi pareja y yo pasábamos unos días allí junto a mis padres. A ellos él no les gustaba, pero lo toleraban; supongo que no les quedaba otra.
La enorme casa, de dos plantas, que ocupaba media manzana, funcionó durante muchos veranos como pensión, que regentaba mi madre y mi abuela. Las dimensiones del inmenso caserón y sus numerosos recovecos nos brindaban el abrigo suficiente para comernos a besos sin ser vistos, pero para otros menesteres se nos quedaba pequeño puesto que, si bien el espacio era, por decirlo de alguna manera, ilimitado, el tiempo era finito y enseguida se hacía la hora de comer y nos llamaban a la mesa o cualquier otra cosa que nos cortaba el rollo. Por eso a la semana decidimos marcharnos a casa para, como dice la canción de Eros Ramazzotti, amarnos bien, para amarnos bien, para amarnos bien… (https://www.youtube.com/watch?v=CIJhfXJKxoE).
El día de la partida me desperté muy temprano y me fui a pasar el tiempo al tercer comedor, una galería acristalada que en algún momento antes de mí fue un patio. Allí junté dos sillas de cocina tapizadas en poli piel marrón y ribeteadas con grandes tachuelas en la parte de atrás y me tumbé de lado hecha un ovillo. Ignoro cuánto tiempo pasó (quizás me quedé dormida) hasta que los primeros rayos de sol comenzaron a jugar con mis pestañas y él entró en la galería. Y yo, no sé por qué, me hice la dormida.
En la parada del autocar no cabía ni un alfiler y el primero que pasó se petó enseguida y nos quedamos en tierra a la espera del siguiente. Al cabo de un rato, que se hizo eterno bajo aquel sol abrasador, vislumbramos el siguiente doblando la esquina a toda pastilla. A medida que se aproximaba pensé que era una vieja y destartalada tartana de gusano (o acordeón) de color un tono más oscuro que el azul índigo y salpicado de palabrejas de letras rojas y blancas a sus costados que, para ser sincera, no me detuve a leer, no fuera cosa que se llenara y lo perdiéramos de nuevo. La hermosa pintura que lo cubría como una segunda piel estaba desconchada, dejando al descubierto una dermis roída y oxidada; «vaya peligro», me dije. Y para colmo de temeridad, el conductor iba conduciendo con los auriculares puestos, imagino que escuchando música por como movía el esqueleto. En cuanto se detuvo del todo una pasajera, con un vestido largo de color malva y un gorro blanco ceñido en la frente con un pequeño volante a modo de visera (como el de la abuelita de Caperucita Roja), se le echó encima pasándole los brazos alrededor del cuello y le plantó un apasionado beso en toda la boca.
Y llegó la hora de subir a aquel cacharro. El que conducía era el mismo que cobraba. Le pregunté si podía pagar con tarjeta (como no, casi nunca llevo efectivo) y me dijo que sí entre risas y carusas, de una manera que me pareció que coqueteaba conmigo. Al ir a pasarla por el lector, sin querer, me dio un codazo y la puñetera tarjeta salió volando de mis manos y fue a caer sobre el regazo de un niño que no tendría más de seis años, siete a lo sumo y que resultó ser hijo del chófer y de la mujer del vestido malva y del gorro de cuento.
[…]
Llevábamos un buen rato de viaje cuando, por alguna razón que aún desconozco nos detuvimos en un extraño pueblecito (o aldea) desde donde se podía acceder a mi lugar favorito: una elevada y escarpada montaña formada por esas piedras rojas que se utilizan para afilar cuchillos y en cuya cima se hallaban las ruinas de un castillo medieval y un claustro con sus arcadas y pérgolas intactas cubiertas por un dosel de flores rosas que parecían trompetas y mucho verde; también un lujoso hotel que siempre tenía completo y en el que resultaba imposible pernoctar, tanto por el overbooking como por el precio.
Mientras esperábamos a volver a ponernos en marcha y para dejar de escuchar las quejas de los viajeros, me fui sola (desde esta inusual parada mi pareja estaba muy rara conmigo y apenas me miraba y me dirigía la palabra) a dar una vuelta por las calles que serpenteaban al otro lado de la carretera. Me adentré en sus sinuosas callejuelas y bogué por sus meandros de asfalto hasta desembocar en una calle aparentemente sin salida. […] a mis pies se abrían dos gigantescos socavones (bien podría afirmarse que había caído un meteorito de tamaño considerable) debidamente señalizados con vallas de plástico rojas y amarillas que conservaban los restos de una desgastada y desteñida cinta balizadora blanca y roja que ondeaba al viento. Estos contratiempos ocupaban casi toda la calzada dificultándome el paso. Lejos de rendirme enfilé por un lado donde el suelo permanecía intacto y parecía estable, pero entonces su diámetro comenzó a ensancharse hasta fundirse en uno solo; de no haberme dado media vuelta fijo que se me hubiera tragado la tierra.
Volviendo sobre mis propios pasos hasta donde aguardaba el resto de pasajeros, un pensamiento no dejaba de rondarme por la cabeza y un escalofrío recorrió mi espalda (recordé que cuentan que cuando tienes un escalofrío es porque una ánima anda cerca); y cual fue mi sorpresa cuando al llegar se habían multiplicado las quejas (y los escalofríos). Por lo visto el gran problema era que teníamos que hacer noche allí y nos recomendaron reservar rápido en el albergue que estaba justo al lado.
Y fue justo en ese preciso instante cuando mis sospechas se tornaron certezas: todos cuantos estábamos en aquel lugar (transeúntes; el personal del albergue; el resto de pasajeros del autobús, incluido el conductor y su familia; el perro al que perseguía una niña; puede que incluso también mis padres…) estábamos muertos.
Se lo conté a mi pareja y no me creyó (supongo que yo tampoco le hubiera creído) como no hicieron tantos otros. Le propuse subir hasta mi lugar favorito porque sabía que allí estaríamos seguros y ante su negativa, sugerí entonces pillar una habitación solo para nosotros dos; como si aislarnos y no ver lo que sucedía a nuestro alrededor nos fuera a mantener a salvo. Mientras me esperaba fuera y yo en recepción a ser atendida entablé conversación con una camarera de piso que trabajada en el albergue. Le conté lo que sabía y que queríamos una habitación solo para nosotros. Se le mudó la cara y se quedó más blanca si cabe (un blanco ceniciento que helaba la sangre y cortaba la respiración; es una forma de hablar); cuando se repuso me aconsejó que la pidiéramos con baño propio. Al llegar mi turno le dije a la recepcionista si podía ser una habitación no compartida y entonces abandonó la recepción invitándome a seguirla y me hizo una visita guiada para que eligiera la habitación que más me gustara (todas eran minúsculas, la cama ocupaba todo el habitáculo y con baño propio no había).
[…]
Al volver a recepción y me preguntó para cuántos días la necesitaba. Afuera se estaba diciendo que la situación iba para largo. Le pedí que me diera cinco minutos y salí a consultarlo. Quedamos que entre tres o cuatro días, dejándolo, como siempre, a mi elección. Y tras debatir quien pagaba la primera tanda, me dijo «paga tú esta vez». Entrando dispuesta a pagar, le pregunté si aceptaban tarjeta. Al contestarme que sí recordé que estaba en rojos y entonces supe (de la misma manera que sabes algo pero no cómo lo sabes) que podríamos quedarnos en esa especie de purgatorio, en aquel punto equidistante entre la vida y la muerte (o el cielo y el infierno, que más da como lo llamemos) hasta agotar todo el dinero que lleváramos encima o quedaba en el plástico. Por fortuna tenía un margen bastante alto de descubierto, pero aun así tuve algunos problemas. Al final la recepcionista se fue con mi tarjeta y volvió con cara de pocos amigos y dinero en efectivo que sacó con ella para el pago de la habitación; dándome el sobrante (sacó de más para que llevara dinero físico encima).
Salí súper contenta (todo lo contenta que se puede estar estando muerta) y fui a contarle a mi novio que ya disponíamos de habitación. Pero algo afuera había cambiado. La marabunta de gente se había dispersado y las distancias eran más largas. Ahora la distancia entre la puerta y el punto donde me esperaba era cinco veces más, si bien nada me iba a hacer desistir de mi propósito. A medio camino algo captó mi atención: a un lado (no se si a la derecha o la izquierda) estaba un primo de mi madre sentado, pensativo, en el último escalón de una escalera de dos que daba al claustro rodeado de columnas con pérgolas y un dosel de flores que se suponía que estaba en lo alto de la montaña de piedra rojiza. Él era monje budista, por lo que imaginé que podría tener las respuestas para esta disparatada situación.
Me acerqué hasta las escalera y me senté a su lado. También sabía que estábamos muertos (por lo que sentí un gran alivio) y le pregunté qué era ese lugar y qué demonios hacíamos allí. Me lo empezó a contar, pero no conseguía escucharle, solo podía ver como movía los labios y gesticulaba exageradamente. Y de pronto…
…de pronto una sirena ensordeció el silencio. Se iniciaba la primera criba.
Y me desperté en mi cama con el sonido de la alarma del móvil.
Noche del 23 al 24 de abril de 2023
Largo tiempo para escribir, mabm, pero ha valido la pena. Me encantó el relato, tienes una magnífica «pluma». Lástima que sonara la alarma del móvil.
Feliz noche.
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Jajaja. Es un sueño real. Voy a escribir toooodo lo que sueñe, que hasta en sueños no paro 🤦🏻♀️
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Hola querida amiga
cuánto sin cruzarnos
escribe lo que sueñes
o sueña lo que escribes
….
beso
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Eyyyy broker heart!! No te lo creerás pero hay cosas que he escrito que luego se hacen realidad . Por eso cuando quiero que pase algo lo escribo, pero así no cuela 😭🤣🤣😘😘
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joder que suerte… escribe número lotería…jajajaja
ahora en serio, no sé si eso es bueno o malo, o de brujita de cuento de hadas… o demonios
depende qué sueñes
besos
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Jajajaja. Adrede no funciona y no pasa con todos 🤣🤣
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Mala suerte entonces
Un pellizco no vendría mal
🤣🤣🤣
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Ostraaas no, estaría genial!!
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REPARTIMOS… HA SIDO IDEA MÍA..JAJAJAJAJ
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Por mí bien!!!
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Bestial.
Felices sueños. 😀
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Jajaja, esperemos 🤣🤣😘😘
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La alarms del movil song en el ceiling o el purgatorio o el infierno?
MABM = Me Acosté Bien Motivada
Pero me levante no saliendo como interpretation el sueño.
Historia de una muerte que no ocurrió pero que parecía real por como actuaba èl.
Jejeje
Tony Mola
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Jajaja, pues siii. Muerte de un amor 🤣🤣🤣🤣🤦🏻♀️
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